El año 2017 quedará en la memoria por ser el más oscuro del fútbol italiano, cuya selección fue protagonista de un tremendo fracaso al no conseguir la clasificación para el Mundial de Rusia 2018 sesenta años después de la última vez.
El fútbol transalpino, que conquistó en 2006 su cuarta corona mundial, empezó después de ese triunfo un proceso de involución que culminó en la nefasta repesca contra Suecia del pasado noviembre, en la que el equipo de Gian Piero Ventura tocó fondo.
Tan solo en 1930, cuando no acudió al Mundial pese a estar invitada, y en 1958, cuando no logró clasificarse a causa de una derrota contra Irlanda del Norte, Italia había faltado en el torneo más prestigioso del planeta.
Fue una debacle histórica, que tuvo repercusiones demoledoras no solo a nivel deportivo, con una mancha imborrable para la Federación de Fútbol italiana (FIGC), sino también a nivel económico, con enormes pérdidas de ingresos, y social.
Los "azzurri" llevaban ya mucho tiempo sin poder competir con la elite del fútbol mundial (el último resultado positivo fue la final de la Eurocopa 2012 perdida contra España), pero pocos esperaban que este momento negro pudiera llegar hasta una eliminación previa al Mundial.
Y la gestión del momento sucesivo a esa derrota evidenció aún más las dificultades de todo un sistema que no fue capaz de relanzar las ambiciones del fútbol transalpino.
Si después de caer eliminado en la fase de grupos del Mundial 2014 el entrenador, Cesare Prandelli, y el entonces presidente de la FIGC, Giancarlo Abete, dimitieron, en este caso las principales caras visibles del fracaso tardaron en reconocer sus responsabilidades.
El seleccionador Ventura nunca lo hizo mientras que Tavecchio, pese a dimitir, rechazó hasta el final sus errores y acusó a terceras personas.
Ventura, que nunca logró imponer su autoridad en el vestuario ni dar una identidad de juego a su equipo, no quiso dimitir de su cargo y esperó a que fuera la FIGC en destituirle para embolsar los 800.000 previstos por su contrato, que expiraba en junio de 2018.
El técnico italiano se convirtió en un enemigo del entorno de la selección y las imágenes circuladas el día del sorteo de la fase de grupos del Mundial, en el que se le veía bañándose en el mar de Zanzibar, agrandaron el resentimiento por su nefasta gestión.
Por su parte, el presidente de la FIGC, Carlo Tavecchio, se negó a dimitir en un principio y solo lo hizo una semana después del fracaso, cuando vio que sus colaboradores le quitaron el apoyo en el Consejo Federal.
Anunció su dimisión en una tensa rueda de prensa, en la que defendió su trabajo y echó la culpa del fracaso a otras personas, alegando que no fue realmente él quien eligió a Ventura como seleccionador.
Si uno de los datos positivos de esta debacle absoluta fue el hecho de poder revolucionar completamente el fútbol italiano, la situación actual refleja un momento estático, en el que todo tipo de decisiones han sido aplazadas al próximo año.
En este momento, la FIGC sigue sin tener a un presidente ni la selección cuenta con un entrenador: todo se decidirá después del 29 de enero, cuando se celebrará una asamblea para elegir al nuevo máximo mandatario de la Federación.
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